martes, 12 de agosto de 2008

La Orden de Sión - Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (VII)

Martinillo escuchaba atentamente a don Ramiro:
Mira Martín, allá por el año de nuestro Señor Jesucristo, de 1099, tras la conquista de Jerusalén, el gobernante de la ciudad Godofredo de Bouillon fundó una nueva Orden sobre la abadía de Notre Dame du Mont Sión, Orden que sería el principio de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, más conocidos como Templarios.
Según se refiere en textos procedentes del Priorato, la Orden de Sión tenía en la época de su fundación un gran poder, eso sí, siempre en un segundo termino y ejerciendo con gran discreción, llegando incluso a asegurarse que los reyes de la ciudad santa debían su trono a esta sociedad. Así pues, ellos fueron los verdaderos artífices de la extraordinaria progresión que experimentaron los Templarios en los años siguientes, obedeciendo todo ello a un plan previamente establecido.

Por lo menos, cinco de los nueve fundadores del Temple pertenecían a su vez a la Orden de Sión, y se podría decir que en principio el Temple era el brazo armado de la anterior o incluso que ambas órdenes eran una sola, puesto compartían el mismo Maestre. Ese fue el caso de André de Montbard, uno de los caballeros originarios de la orden templaria y que llegó a ser el máximo dirigente de la misma. Pero el tío de San Bernardo consta asimismo como miembro de Sión, con lo que podemos hacernos una idea del hermanamiento entre ambas.
De esta manera se siguió durante unos sesenta años, hasta que en 1188, un año después de la caída de Jerusalén en manos musulmanas, se produjo un cisma entre las dos órdenes que produjo su separación definitiva. Según el Priorato de Sión, de la pérdida de Tierra Santa fue en gran parte culpable la Orden del Temple, y más concretamente su Maestre Gérard de Ridefort, a los que los documentos "prioré" acusan de traición. Éste arrastró a los Templarios a combatir en la batalla de los Cuernos de Hattin, que significó un autentico desastre para los cruzados y propició la caída de Jerusalén. La situación derivó en que la Orden de Sión se trasladase a Francia, abandonando a los Templarios a su suerte. La ruptura de relaciones se simbolizó mediante la tala de un olmo de ochocientos años, en la ciudad de Gisors. A partir de ese momento, la Orden de Sión cambió su nombre por el de Priorato y se dedicó a sus propios objetivos.
¿Y cuales eran esos objetivos, don Ramiro?.- preguntó Martinillo.
Una de las misiones principales del Priorato consiste en proteger un gran secreto relacionado con los descendientes de la dinastía de los reyes merovingios y restaurar en la monarquía de Francia a uno de sus miembros. Su legítima descendencia, que se cree extinguida, ha sido demostrada por unos pergaminos descubiertos en el pueblecito francés de Rennes-le-Château. Y de eso ya hablaremos en otra ocasión. En el Priorato de Sión, somos custodios de un secreto de importancia capital, del que existen pruebas irrefutables. Hay tradiciones que dan gran importancia a María Magdalena, de quien se nos dice que tras la crucifixión de Jesús llegó a las Galias, lo que actualmente es la tierra francesa, escoltada por José de Arimatea y portando el Santo Grial. En el Priorato, creemos que María Magdalena fue la esposa de Jesús, y cuando viajó lo hizo embarazada o acompañada de su progenie. Naturalmente cuando te hablo del "Santo Grial", no me refiero a la copa que usó Nuestro Señor en la Santa Cena sino que debe comprenderse en el sentido de Santa Sangre, es decir, como la descendencia física de Jesús, que se trasladó a las Galias y se continuó allí. La Iglesia omite toda mención en su propia tradición del Santo Grial pues, lógicamente, no le conviene. Es la lucha que hasta hoy subsistiría entre los herederos de Pedro y los de María Magdalena, los herederos de la fe y los herederos de la Sangre.
Una vez en la actual Francia, este linaje judío se unió matrimonialmente con el de los reyes francos, dando lugar a los merovingios. Alrededor del año 500, con el bautismo y conversión del rey Clodoveo, la Iglesia Romana se instauró como suprema autoridad espiritual de Occidente. Se podría decir que fue un pacto entre Roma y los merovingios, originando una alianza que debería engendrar un nuevo sacro imperio romano. Pero los francos no fueron leales a la Iglesia, ya que los merovingios seguían manteniendo simpatías por la religión arriana que practicaban antes de su conversión al cristianismo. Doscientos años después, el rey merovingio Dagoberto II fue asesinado junto con su familia por encargo de su propio mayordomo de palacio, Pipino de Heristal. La Iglesia, viendo peligrar su hegemonía, puede ser que hubiese apoyado la conspiración. Con la muerte de Dagoberto y sus descendientes la dinastía merovingia llegó a su fin, y comenzó la de los mayordomos de palacio: los carolingios, que contaban con el apoyo eclesiástico. Éstos, que eran a fin de cuentas unos usurpadores, trataron de legitimarse casándose con princesas merovingias y continuaron con su reinado. Con Carlomagno llegaron a abarcar un imperio que se extendía por la totalidad de la Europa occidental y lo gobernaban al servicio de Roma.
Pero en el Priorato estamos seguros de que no se extinguieron los merovingios con Dagoberto II. Los merovingios, la estirpe de Jesús, sobrevivieron a través de un hijo de Dagoberto que se habría salvado del asesinato de su familia. Se llamaba Sigisberto IV, y entre sus descendientes estaría más tarde Godofredo de Bouillon. Sabemos por los Evangelios que Jesús era de sangre real y de la estirpe de David. Es decir, Jesús era el heredero legítimo del trono de Jerusalén. Sus más incondicionales seguidores eran los nacionalistas zelotes, unos fanáticos integristas que aspiraban a expulsar al gobierno títere prorromano e reinstaurar el verdadero linaje real. En las Cruzadas, con la conquista de Jerusalén y la coronación de Godofredo de Bouillon, un heredero de Jesús recuperó su patrimonio legítimo volviendo a ser rey de la Santa Ciudad.
Dada la hegemonía de la Iglesia en la época, Godofredo nunca pudo reivindicar su linaje y su derecho. A fin de cuentas, Roma estaría detrás de la traición a su familia y aunque no sabemos si la Iglesia estaba al tanto o no del linaje del nuevo rey, una revelación pública podría haber sido muy peligrosa. Godofredo habría entonces, para proteger el secreto de ese linaje sagrado, creado la Orden de Sión y su brazo armado, la Orden del Temple. Curiosamente, las leyendas griálicas que surgieron en la Edad Media, presentan a los Templarios como los custodios del Santo Grial.
Así pues, el Santo Grial es el portador de la sangre de Cristo, pero no en el sentido simbólico de un recipiente, sino de su descendencia: los portadores de su sangre. Y este es el gran secreto del Priorato de Sión. Secreto compartido también por los Caballeros del Temple.
¡Por los clavos de Cristo!, ¿todo eso es cierto Don Ramiro?- dijo Martinillo.
Lo histórico si, lo demás ya no se, últimamente estoy empezando a dudar de muchas cosas en las que he creído toda mi vida.

Los fantasmas. - Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (VI)

El ama Isabel era mujer bondadosa y religiosa pero muy asustadiza y temerosa de todo lo desconocido. Su nombre completo era Isabel Estévez de Villanueva y tendría entre cuarenta y cincuenta años. Había servido en palacio y fue en su momento mujer de confianza de la señora condesa doña Leonor Pacheco, que la designó como ama de Martinillo a la muerte de su madre, una linda dama de la señora condesa, de nombre Blanca.
El ama no tenía parientes conocidos, salvo una sobrina, casada con un campesino, que era madre de una niña de tres añitos en el año de 1559 y que vivía extramuros, en la calle Campiña muy cerca de las obras de la nueva iglesia de San Pedro.
Esta sobrina era hija de un hermanastro mayor suyo que murió de fiebres y que era hijo del primer marido de su madre, un soldado que murió en la toma de Granada, con los Reyes Católicos. Su padre, segundo marido de su madre, fue zapatero, se llamaba Eduardo Estévez y murió apuñalado cuando ella tenía diez años de resultas de una pelea por la noche en la calle Carnicería, en la esquina con la calle Barrera de Alcaudete.
Pues bien, resulta que Martinillo, travieso por demás, sabía de los temores del ama acerca de apariciones , asombros y fantasmas, así es que no perdía ocasión de asustarla, bien sea con una voz destemplada cuando ella menos lo esperaba o apagando el candil en las oscuras noches de invierno, teniendo que espabilarse para no recibir un coscorrón o un escobazo de ella en represalia por el susto recibido.
En una de las clases con fray Servando, escuchó del fraile y de algunos compañeros varias historias de almas en pena que vagaban por el mundo esperando la redención de algún pecado o el cumplimiento de alguna promesa no cumplida y como se impresionó con los relatos, de inmediato los sacó a colación durante la cena con el ama. Esta buena mujer se espantaba de la historia que Martín le relataba pero no podía dejar de escucharla y disimulaba su inquietud cosiendo el dobladillo de una sábana que estaba haciendo. Cuando ya no pudo más , hizo callar a Martín mandándolo a la cama y al poco se acostó ella buscando bajo las sábanas la protección contra los fantasmas del relato.
Cuando Martín notó que el ama dormía profundamente, se levantó con sigilo y escondió la costura del ama con el acerico y las tijeras. Después se acostó y como no se dormía se dedicó a despertar en varias ocasiones al ama con la excusa de que se oían ruidos extraños en la casa, hasta que consiguió desvelarla, con lo que pasó una noche de susto e inquietud, ya que cualquier ruido la obligaba a meter la cabeza bajo las sábanas, presa del miedo a las imágenes de aparecidos que su imaginación ponía ante sí.
A la mañana siguiente el ama se volvió loca buscando su costura y Martín le repetía continuamente que se la habían llevado los fantasmas de la noche anterior. –No digas tonterías Martín- le decía el ama, pero en su fuero interno temía que algo así hubiese ocurrido. Con el desasosiego que le producía que semejante cosa hubiese ocurrido realmente, se marchó a Santa María en cuanto Martín se fue a la clase de fray Servando, permaneciendo allí casi toda la mañana en búsqueda de la paz y la tranquilidad que le robaban sus pensamientos sobre las historias que Martinillo le relató la noche anterior.
A la hora de la comida Martín volvía a la carga con las historias de fantasmas y a preguntar por los enseres de costura, que naturalmente no habían aparecido. Toda la semana estuvo dándole la matraca al ama con lo mismo y ella cada vez más temerosa volvía una y otra vez a refugiarse casi todo el día en Santa María, pues cuando se encontraba solo en la casa le asaltaban oscuros pensamientos cuando no estaba cocinando o haciendo cualquier tarea.
Por fin se decidió Martinillo a culminar su broma y poco antes de subir a palacio, para recibir instrucción de Maese Bastián, por la tarde del séptimo día y aprovechando que el ama se había quedado adormilada, sacó del escondite la costura con las tijeras y el acerico, disponiéndolos en el mismo lugar y posición en el que estaban cuando los escondió. Con sigilo salió al patinillo y agarró al gato que dormitaba al lado de la parra encerrándolo en el armario. A continuación se sentó al lado del ama y esperó acontecimientos.


No tardo el gato en maullar y arañar las puertas del armario con lo que el ama dio un respingo levantándose de inmediato para ver la razón de tanto ruido. Al acercarse al armario se le demudó la color, sobre la silla de enea estaba la sábana con los apechusques desaparecidos hacía siete días y cuando abrió el armario salió despavorido el gato que por el tronco de la parra se puso a buen recaudo sobre el tejado de la casa.
-Está claro que el gato se ha metido en el armario por el susto que le ha producido la visión de los aparecidos que me han devuelto la sábana, que Dios los perdone y les de el descanso eterno, así se lo pediré a la Santísima Virgen cuando vaya a Vísperas a Santa María.-
El pícaro Martín se retorcía de la risa y disimulaba para que el ama no se diese cuenta de su fechoría, así es que recogió sus cosas y se despidió de ella marchándose a palacio pues ya llegaba tarde y Maese Bastián le regañaría a buen seguro.

San Wenceslao.- Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (V)

Martinillo había entrado en la estancia de don Ramiro. Sabía que no tardaría mucho en llegar de palacio y se dispuso a esperarlo como tantas veces hacía. Al fondo de la sala había un bargueño un poco deteriorado que contenía documentos y otras pertenencias de gran valor para don Ramiro, por tal motivo estaba permanentemente cerrado y solo podía ser abierto por la llave que siempre portaba al cinto.
Sobre este mueble, a la derecha, había un vetusto velón de bronce con cinco leones que su servidumbre encendía todas las tardes a la caída del sol y solo se apagaba cuando don Ramiro se retiraba a descansar bien entrada la noche. A la izquierda del velón había un soporte de madera que sujetaba un casco de guerrero del que pendía una cota de malla dorada para proteger el cuello de quien lo llevase. Martín estaba fascinado con este casco y siempre que don Ramiro no estaba se dedicaba a acariciar la cota que relucía brillante con la luz del velón.
-Martín deja eso.- oyó a sus espaldas
-Perdone don Ramiro, que no le he oído entrar- respondió Martín
- ¿Cómo te ha ido hoy con fray Servando?
- Muy bien don Ramiro, dice que me va a enseñar a hablar en francés.
- Eso esta bien rapaz.
Martinillo contemplaba como el hidalgo se desembarazaba de la capa y dejaba apoyada sobre una esquina la espada.
-Este es un hermoso casco don Ramiro y en todo palacio no he visto otro igual ¿lo consiguió fuera de España?.
Don Ramiro esbozó una sonrisa y dijo:
- Ven aquí Careto que te voy a contar una historia.
Martín se colocó a los pies de don Ramiro y prestó atención al relato de su tutor.


- Ese casco que ahí ves es uno de los tres cascos iguales que poseía San Wenceslao de Bohemia y me fue regalado por su majestad don Fernando I de Habsburgo en la ciudad de Praha a las orillas del río Moldava.
En Agosto del año 1530 fui comandado por su majestad Carlos V (q.e.p.d.) para marchar en un largo viaje a Bohemia, regida por su hermano Fernando I de Habsburgo desde el año 1526 y asistir como observador, en octubre de mismo año, a una embajada que se iba a mandar a Estambul, al frente de la cual fue el chambelán de Croacia Nicolás Juritchitch.
Los otomanos nos trataron mal y no tuvo ningún éxito la reclamación que se les hacía sobre Hungría. Y aunque la embajada había sido dispuesta por el rey de Bohemia don Fernando, nos tildaron de ser simples portadores de los intereses del imperio español.

Antes de volver a España para informar del fracaso de la embajada, fui recibido por su majestad don Fernando, que me agradeció los servicios prestados, regalándome el casco y haciéndome portador de una carta y otros despachos para su hermano el rey de España que era por aquel entonces don Carlos, el padre de su majestad Felipe II, que Dios guarde.
- ¿Y quien era ese santo Wenceslao que tenía tres yelmos?- preguntó Martín.
- Era un rey, un rey santo que murió en olor de santidad y mártir. - Respondió don Ramiro.
- Nunca había oído hablar de él, ¿También era de Bohemia?
- Si, de allí era, pregúntale a fray Servando y te contará que su festividad se celebra el 28 de Septiembre y que es el patrón de todos los pueblos de Hungría, Transilvania y Bohemia y que su nombre quiere decir “el más glorioso”.
- Y ¿porqué sufrió el martirio?
- Pues verás eso es más largo de contar; era Wenceslao hijo del duque Vratislao que regía en Bohemia. Fue educado por su abuela, la santa Ludsmila, que puso todo su empeño por hacer de él un buen católico, cosa que no ocurrió con su hermano Boleslao que lo educó su madre, fanática anticatólica, y que hizo de él un ser vil y ruin.
Desde pequeño tuvo una gran devoción por la Virgen María y se esmeraba en cultivar el trigo con el que se hacían las santas hostias, y las uvas con las que se obtenía el vino para la Misa.
Siendo todavía muy pequeño, perdió a su padre el duque en una batalla. Su madre continuó su gobierno, pero por perseguir a los católicos, hubo un levantamiento popular que puso a Wenceslao, como hijo mayor, al mando de la nación.
Aconsejado por Ludsmila, su abuela, el joven Wenceslao derogó las leyes anticatólicas que se habían aprobado en el mandato de su madre, y se esmeró en hacer todo el bien posible para sus súbditos.
Su hermano, con el consejo de su madre, quiso derrocarlo y para ello le pidió que fuese a la ciudad de Boleslavia para celebrar la fiesta de los santos patrones, San Cosme y Damián. Boleslao se deshizo en halagos y atenciones, pero al día siguiente, el 28 de septiembre del año 938 fue vilmente asesinado por su hermano y otros secuaces cuando se dirigía al templo.
Las gentes que visitaban su mausoleo empezaron a correr la voz de que obraba milagros y su fama de santo corrió de boca en boca durante muchos años.
- Pues si ese casco ha sido llevado por un santo…puede que sea una reliquia- musitó Martinillo.
- Ahora comprenderás porqué le tengo en tanta estima y porqué lo llevo en tan especiales ceremonias y aconteceres. Pero basta de cháchara por hoy y a dormir rapaz, que ya es noche cerrada y el ama empezará a chistarte de un momento a otro.