miércoles, 22 de agosto de 2007

La Peste. - Alcaudete 1559

Martinillo "el Careto" (III)

“Huir de la pestilencia con tres eles es prudencia: luego, lexos y luengo tiempo”.

Los dos caballeros se habían despojado de parte de sus armaduras y de las capas. Estaban sentados a la mesa de Don Ramiro y discutían, más que hablaban.
Junto a ellos un prior de Santa María y el notario de los señores condes. Ahora si que los entendía Martinillo, que permanecía sentado en el tranco de la puerta entreabierta de la casa de Don Ramiro.
Uno de los caballeros dijo:
- Desde hace mil años, las epidemias de peste han mermado ciudades enteras en todo Flandes y en los reinos de Europa, y si aquí no nos protegemos la población de esta villa puede verse aniquilada en unos meses.
El otro contestó:
- Cuando las ratas negras empiecen a verse muertas por los rincones, ya no habrá solución, las pulgas y las chinches terminarán su trabajo contagiando a todos los vecinos.
- Y bien, que proponéis al respecto.-
Dijo el señor notario.
-Seria de menester convencer a los señores condes para que se tomen medidas de aislamiento para con viajeros y forasteros, que a fin de cuentas son los que pueden traer la enfermedad. En el Cabildo de Jaén y Córdoba nos informarán a buen seguro del estado de la epidemia y de los lugares donde se ha cebado, a fin de evitar que mercaderes y viajeros de estos sitios puedan traer esa miseria a este lugar.- Respondió el caballero que tenía una cicatriz en forma de horquilla en el rostro.
Don Ramiro aseveró:
- No estaría de más que el señor prior ponga en marcha los remedios espirituales que considere oportunos, como la celebración de rogativas y procesiones implorando la intercesión divina para que seamos protegidos del contagio y a su vez que se fuercen voluntades con el fin de un mayor cumplimiento de los deberes para con la iglesia. No hay que olvidar que todas estas epidemias tienen su raíz en el pecado y la maldad que nos rodea, así es que Dios nuestro Señor nos castiga con toda razón.
- Si Don Ramiro,
- dijo el otro caballero – eso está muy bien y así mismo propongo que se realice periódicamente la quema de maderas olorosas, como la de los acebuches que crecen en la sierra, en la proximidad del matadero y hacer que las gentes lleven las ropas perfumadas para que estos vapores corrijan la corrupción del aire, así como hacer acopio de salvia y mitridato, por si fuera menester.
-En 1523 ya ocurrió una epidemia que dejó Jaén y muchas villas al borde de la extinción.
– dijo el de la cicatriz - Entonces se vio que lo mas efectivo contra la epidemia era no tener contacto con apestados o portadores de enseres infectados, así es que lo mejor que podemos hacer es aislar Alcaudete para que la peste no llegue, y para ello debemos terminar las murallas de terrizo que entonces se comenzaron, puesto que ya vive más gente fuera del recinto de las viejas murallas que dentro.
Hasta aquí pudo oír Martinillo porque el chistido del ama le reclamaba desde la vuelta de la esquina, se levanto y en tres zancadas entró en su casa.
Durante bastantes días estuvo dando vueltas en la cabeza de Martinillo, la conversación oída desde la puerta de Don Ramiro y cuando vio aquel par de ratas muertas con el hocico ensangrentado al lado del pilar de los Zagales, no tuvo duda de que se trataba y sin perder un instante, en cuanto vio a Don Ramiro, se lo dijo.
Justo al día siguiente recibió la noticia de que el ama y él cerrarían su casa e irían a vivir a palacio, en una habitación, no lejos de las caballerizas y que compartieron con una de las cocineras. Tenía terminantemente prohibido salir del castillo, y así fue como se mantuvo al margen de la epidemia de peste que duró siete meses.
Al vivir en dependencias de palacio su contacto con maese Bastián no se reducía a unas horas por la mañana sino que estaba con él casi de continuo. Fray Servando se quedó fuera, en el pueblo y los estudios quedaron para más adelante.
Maese Bastián era un viejo escudero de más de cuarenta y cinco años, que había acabado de ayudante del maestro armero de palacio. Era alto y grueso de tal modo que su pecho era casi el triple del de cualquier criatura, tenia unos mostachos amarillentos y un trozo de cuero negro atado sobre el ojo derecho, tuerto en una de las correrías del señor conde. Desde el primer día tenía a Martinillo atareado ordenando la armería y engrasando los hierros de las armaduras y otros utensilios, así como frotar con linaza loas maderas de los escudos, pero lo que más le incomodaba era manipular el sebo sobre las cotas de malla que debían estar bien pringadas sin que manchasen en demasía los sobrevestas y otras prendas de sayal y lienzo que normalmente usaban caballeros y guardias.
A veces llegaba a través de las almenas el pestilente olor a carne quemada de los apestados difuntos, que junto a sus enseres eran quemados en unos patios que había junto a la ermita, que según decía don Ramiro pronto sería un nuevo templo dedicado a San Pedro Apóstol. También salieron de la fortaleza, en alguna que otra ocasión, varios enfermos en prevención de que tuviesen la peste, pero en la mayoría de las veces se trató de falsa alarma y después de sanar de sus calenturas volvieron a puertas aunque no se permitió su acceso hasta acabar la epidemia.
Cuando por fin volvieron a casa, el ama y él, pudieron hacerse cargo de lo terrible de la epidemia, sin ir más lejos se llevó por delante al esclavo etíope de don Ramiro, Tonelete y Lagarto, amigos de juegos, la habían diñado, este último con toda su familia y un sin fin de vecinos y conocidos que pronto pasaron a ser un vago recuerdo en su mente, aunque sin él saberlo estos aconteceres marcaron su vida para siempre.
A fray Servando lo encontró donde siempre y más cascarrabias que como lo recordaba. Sus dictados y lecturas ocupaban las tardes que pasaba en el cuartillo de la calle Carnicería y aunque no le gustaba mucho acabó por aceptar el cansino interés del fraile por que ayudase a misa y a otros oficios religiosos. Se aprendió de corrido las parrafadas en latín que tenía que decir y ensayaba ante el ama que lo miraba con arrobo, pensando que si Dios quería lo vería de canónigo o de obispo que sería mejor.

Continuará…

No hay comentarios: