miércoles, 22 de agosto de 2007

Fray Servando - Alcaudete 1559

Martinillo "el Careto"(II)

Estaba sudando, hasta la gárgola del colchón se había mojado. Se sentó al borde del catre y se empezó a vestir con parsimonia. Martinillo había dormido mal, los acontecimientos de la tarde-noche anterior habían organizado un caos de sueños y pesadilla que no le habían permitido descansar como Dios manda.
Casi ni se acordaba del contenido del hato, mientras el ama lo deshizo y lo volvió a hacer, para sepultarlo en el arca que había a los pies de la cama, él solo tenía ojos para contemplar el retrato de su madre, recordaba unos legajos enrollados, un cofrecito con cosas en su interior y unos trapos con bordaduras. El ama había sido concluyente-Esto hay que guardarlo que algún día te servirá.
Chirrió la puerta de la calle y apareció el ama, venía de misa de Santa María y farfullando no se qué sobre los mendigos que se sentaban en las escaleras del templo, por lo visto estuvo a punto de caer y eso la puso bastante irritada.
-Martinillo, lávate bien las rodillas y las orejas, que te van a salir nidos de gorriones.
-Si ama.
La jarra del zafero estaba llena y trabajo le costó echar un poco en la jofaina, humedeció la manopla y empezó a restregarse las orejas.
-Ama, cuéntame quien era mi madre.
-Un ángel Martinillo, tu madre era un ángel.- Dijo el ama dirigiendo la mirada hacia el cuadro que la noche anterior trajo el chico.
-Fue una gran desgracia, morir tan joven, Cristo Redentor la tendrá en el cielo, hasta el hermano de nuestro señor conde vino al entierro…

Se enjugó las lágrimas la anciana y dando un suspiro continuó diciendo:
-Desde entonces cuido de ti y cuando don Ramiro te ha contado “el secreto”, de seguro que va a cambiar tu vida…
-¿Le ha dicho don Ramiro lo de fray Servando?.
-Si y eso quiere decir que te des prisa, coge un trozo de galleta y arreando que ya vamos tarde.
Salieron a la calle y cuesta abajo se dirigieron a la salida extramuros por el Arco de la Villa, bajaron por Carnicería y dos casas más debajo de las obras que estaban haciendo artesanos de palacio, entraron en un portal oscuro y pequeño, donde había cuatro chicos esperando. En unos momentos se abrió un postiguillo que tenia la puerta interior y una voz ronca dijo:
-Ha traído al zagal ¿verdad?, pasen que ya abro.-
Entraron en una estancia bastante grande donde había una gran mesa y sillas alrededor, libros encima de estantes y ante ellos un fraile algo orondo y no más grande que el ama, De nariz como una patata y una barba rala y canosa que le colgaba sobre el hábito.
- Ya me dijo don Ramiro…, usted se puede marchar que ya le mandaré al mozuelo pasado el ángelus.
Salió el ama y el fraile se le quedó mirando con los brazos cruzados sobre el pecho y con una mano apoyada en el mentón.
Fray Servando se dio cuenta enseguida de lo avispado que era el chico, comenzó enseñándole las letras, haciéndole que copiase el trazo de algunas sobre un viejo trozo de pizarra, le tanteó en el conocimiento de evangelio y le preguntó sobre los niños con los que formaba pandilla para jugar.
- Ya te puedes ir Martín, a partir de mañana vendrás por la tarde, después de que bajes de palacio y así todos los días.
- ¿Qué baje de palacio?¿he de ir a palacio?
- Ya te lo dirá don Ramiro.
Subió Carnicería arriba sumamente excitado con lo que le había dicho el fraile - ¿yo he de ir todos los días a palacio? - ¿Para qué he de ir a palacio? –Por otro lado estaba encantado, siempre había querido entrar allí y jamás le dejaron acercarse a la puerta. Desde luego que iba de sorpresa en sorpresa, desde la noche anterior en que habló con don Ramiro, primero lo de su madre, luego fray Servando y ahora…
Estaba deseando que anocheciera para ver a don Ramiro, preguntó al ama pero ella no soltó prenda y el único que le podía aclarar algo debía estar en palacio, porque tenía la puerta bien trincada y allí no estaba ni el esclavo etíope que servia al viejo hidalgo.
Cuando pudo, escapó por la cuesta de la Barrera y entre lindes de huertas llegó a la fuente Zaide. Ya estaba allí su amigo Tonelete y cuando estaba a medio contar lo que le había ocurrido, apareció el Pecas, con lo que tuvo que repetir la historia a los embobados zagales. Esa tarde faltó Lagarto que por lo visto tenía calentura y su madre no lo dejó salir, así es que los tres jugaron y corrieron por los alrededores del cerro Calvario, atrapando lagartijas y haciendo mil y una diabluras como todas las tardes que se juntaban.
Martinillo fue consciente esa tarde de la curiosidad y admiración que había despertado en sus amigos de correrías con lo que le había sucedido desde la víspera. Antes de anochecer se despidió de ellos y como una exhalación se dirigió a su casa pasando por la de don Ramiro. Al acercarse a la casa del anciano vio a dos caballeros en la puerta que hablaban en voz baja y en una lengua que no entendió, parecían esperar a don Ramiro, iban armados, con un sobreveste blanco sobre la armadura donde se podía ver la cruz de los calatravos o del temple que eso no lo sabía distinguir Martinillo, llevaban cubierta la cabeza con la cota de mallas y unas capas blancas que tenían sobre el hombro izquierdo un emblema verde con un extraño dibujo de una flor de lis que era rodeada por una lazada. Giró a la esquina de su casa y desde allí siguió contemplándolos, al tanto salió don Ramiro, que también se había puesto otra capa igual que los caballeros y sobre su cabeza lucia una celada con cruceta sobre la nariz que le daba un aspecto imponente, musitaron unas palabras y después se dirigieron a Santa María. Cuando los perdió de vista entró en su casa y como de costumbre recibió el rapapolvos del ama.
Mientras comía sus sopas le dijo el ama.
- Mañana has de ir a palacio.
-¿Habló con don Ramiro?
-Si, y me ha dicho que preguntes al guardia de puertas por maese Bastián
-¿A que hora he de ir?
-De amanecida, así es que a la cama.
No tardo en acostarse, pero dio mil y un tumbos en el catre antes de dormirse, por la excitación que los futuros acontecimientos le podían deparar.

Continuará…

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