sábado, 9 de enero de 2010

Un hombre, su caballo y su perro. Alcaudete 1559

(Antiguo cuento anónimo)

Martinillo “el careto” (XII)

- Don Ramiro, contadme una historia.
Martín se había sentado junto al cojín rojo sobre el que el viejo guerrero descansaba su dolorido pie. El caballero Setienne, cerró con parsimonia las cubiertas del libro que ojeaba y acariciando los cabellos del rapaz le dijo:
- Un caballero, su caballo y su perro iban, bajo una pertinaz lluvia, por una senda camino de su hacienda. La fatalidad quiso que al pasar cerca de un árbol enorme cayese un rayo sobre ellos y de resulta de ello los tres murieron fulminados. Pero, hete aquí que el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales. (Sabrás Martinillo que a veces, los muertos siguen como si tal cosa, durante un cierto tiempo antes de ser conscientes de su nueva condición…)



Después de un largo trecho acabó la tormenta mejorando mucho el tiempo. Como el camino era largo, colina arriba y el sol intenso, ellos empezaron a sentir una sed irresistible. Pues bien al pasar una curva del camino vieron unas altas tapias que se abrían en unas magníficas portadas de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines dorados.
El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada y entabló con él, el siguiente diálogo:
- Buenos días tenga su señoría.
- Buenos días - Respondió el guardián
- ¿ Cómo se llama este lugar tan bonito?.
- Esto es el Cielo.
- ¡Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos!
- Vuesa merced puede entrar y beber tanta agua como quiera.-
Y el guardián señaló la fuente.
-...Pero, mi caballo y mi perro..., también tienen sed…
- Lo siento mucho – Dijo el guardián – pero aquí no se permite la entrada a bestias y animales.
El hombre, torció el gesto se dio media vuelta con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber sólo. Dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Después de caminar un buen rato por la cuesta arriba, ya exhaustos los tres, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una cancela oxidada y vieja que daba a un camino empedrado, rodeado de altos cipreses. A la sombra de uno de ellos dormitaba un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero blanco.
- Buenos días señor – dijo nuestro caminante.
El hombre respondió con un gesto de la cabeza.
- Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo.
Hay una fuente detrás de aquellas rocas
– dijo el hombre, indicando el lugar.-
Podéis beber toda el agua que queráis vos y vuestros animales.
El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y se refrescaron calmando su sed. Después volvió atrás para dar gracias al hombre del sombrero blanco.
- Podéis quedaros aquí si así lo deseáis – Le respondió éste.
- A propósito ¿Cómo se llama este lugar? – preguntó el caminante.
- Cielo - le respondió.
- ¿El Cielo? Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo.
- Aquello no era el Cielo... Era el Infierno – contestó el hombre del sombrero blanco.
El caminante se quedó perplejo.
- ¡Deberíais prohibir que utilicen el nombre de vuestro lugar! ¡ Esta información falsa debe provocar grandes confusiones! – advirtió el caminante.
- ¡De ninguna manera! – respondió quitándose el sombrero - en realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos…

Pasaron unos minutos de silencio entre don Ramiro y Martín, que al poco, éste acertó a decir.
- O sea que..., no entiendo don Ramiro..., así es que..., ¿por fin se dio cuenta de que había muerto?
- Eso es lo de menos muchacho, lo importante es que entiendas que el que no abandona a sus amigos es merecedor de la gloria eterna.
- No..., si ya..., ¿y..., el perro y el caballo se quedaron con él en el cielo?
- Anda y tira para tu casa que me ha parecido oír a tu ama que te está llamando...

Martín se levantó despacio y dio unos pasos hacia la salida, se paró un momento para girarse de nuevo con otra pregunta en los labios, pero la voz chillona y lejana del ama le apremió a salir a la calle.

El Mal de Ardientes. Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (XI)

- ¿Qué te pasa Martín? ¿Ya se acabó el colegio...?- Preguntó el ama.
- ... Fray Servando, que ha tenido un ataque.
- Que Dios nuestro Señor nos asista.
Efectivamente así era, esa misma mañana don Ramiro mandó razón al físico Andrade y al barbero del Pilarejo para que se personasen en el convento del franciscano a fin de ver como se le podía ayudar. Según le explicó el físico al señor Setienne lo más seguro era que fray Servando se hubiese contagiado con el Mal de Ardientes o Fuego de San Antón, puesto que padecía de alucinaciones y convulsiones amén de una muy mala circulación de la sangre con el consiguiente peligro de aparición de gangrena en los brazos o piernas. Ya se quejaba de que sentía un frío intenso y repentino en todas las extremidades, incluso, a veces, sentía en las mismas una quemazón aguda. Había mucho peligro de que si lograba sobrevivir quedase mutilado. La cura era difícil por no decir imposible, así es que don Ramiro pidió permiso a la señora condesa para enviarlo a Colmar, en la parte alsaciana del reino de Francia, antes de que fuese tarde.
- Y...,¿decís que allí encontrará remedio?...
- Creo que puede ser la única esperanza
– respondió don Ramiro – La enfermedad no se ha cebado aún en nuestro fraile y tengo noticias de que los hermanos antonianos de Colmar, pueden curarlo, ya que además de las pócimas que utilizan disponen de un retablo misterioso que realizó el pintor y escultor Grünewald.
- ¿Un retablo decís?
– inquirió la señora condesa.
- Si, si, el retablo de Isenheim...- respondió don Ramiro.- El viaje se puede hacer enlazando con una de las expediciones que de continuo se mandan a Flandes, ya que Colmar se encuentra en su camino.
- No entiendo como la visión de un retablo pueda...
- Pues os puedo asegurar que esa visión cura a bastantes de los enfermos que lo contemplan. Ese santo retablo fue pintado hace unos cuarenta y cinco años y se cuentan por centenas los curados del Baile de San Vito, Mal de ardientes o fuego de San Antonio.
- Y ¿vos lo habéis visto?
- preguntó la condesa, no muy convencida.
- No en persona pero si que tengo en mi casa unos dibujos que os mostraré en cuanto me los traigan, pues ya he mandado a por ellos. Se trata de un retablo de madera esculpida y policromada que Grünewald pintó con varios paneles movibles que tienen representados a San Sebastián y San Antonio, abogados contra la plaga, en los laterales de un Calvario dramático y sobrecogedor, donde San Juan Evangelista consuela a la Santa María madre y a la Magdalena, a la izquierda de la cruz, mientras que a la derecha se nos muestra al Bautista que tiene a su lado al Cordero Pascual. Este Calvario se abre en dos paneles que nos muestran en su reverso la Anunciación y la Resurrección y nuevos paneles que por sus dos caras poseen impresionantes escenas como las tentaciones de San Antonio entre otras que ahora no recuerdo..., dicen que ante su contemplación, en modo y manera que disponen los antonianos, son muchos los enfermos que sanan.
- Pues sea como decís y disponed el viaje lo antes posible.


Don Ramiro Setienne lo organizó de inmediato; en una carreta viajaría el fraile acompañado del físico y una criada de palacio, y como guardia y custodia dispuso que cinco soldados de la guarnición le acompañasen en su camino a Colmar.
Martinillo estaba asustado y ni se atrevía a preguntar siendo el propio don Ramiro el que le tranquilizó, contándole que fray Servando sanaría a buen seguro, si así lo disponía Dios nuestro Señor y le mostró los dibujos del retablo que le produjeron, durante varias noches, las sobrecogedoras visiones que orlaron alguna que otra de sus pesadillas.

Los dineros. Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (X)

El día que Martinillo cumplió los once años recibió una hucha como regalo. Se la regaló don Ramiro Setienne y dentro de ella le colocó un par de reales de plata. La hucha era preciosa, de madera con incrustaciones y refuerzos de metal, con cuatro patitas que semejaban garras de un felino y con una llave dorada que de seguida se colgó del cuello, después de prometerle a don Ramiro que nunca abriría la hucha a no ser por necesidad imperiosa o causa mayor.
A Martinillo le gustaba sopesar la hucha y agitarla para sentir como tintineaban dentro los dos reales de plata, toda una fortuna que el ama le había dicho que equivalía a cuarenta y ocho maravedíes o también 96 blancas. La tenía guardada dentro del armario y la sacaba de cuando en cuando para recrearse en su tesoro.
Sería porque Don Ramiro apreció cierta avaricia en el zagal o por una cuestión meramente didáctica que el anciano tutor requirió la atención del muchacho para explicarle las razones del dinero y lo que acarrea su pertenencia, así es que le preguntó:
- ¿Te gusta la hucha que te regalé por tu cumpleaños?
Y el chico contestó:
- Si don Ramiro es muy bonita y lo mejor es que ya tengo un ciento más dos blancas, porque el ama me ha dado seis y con los dos reales que me regaló vuesa merced...
- Está bien que seas ahorrador pero no querría que te volvieses avaricioso, los dineros valen lo que valen y para lo que valen, así es que todo en su justa medida...
- ¿Y qué es lo que valen don Ramiro?
- Pues verás con el dinero que tienes podrías comer en la posada de tu amigo Nuño "el Pecas", durante dos días aproximadamente y si me apuras hasta tres días.
-¿Tan poquillo?
- Pues sí, no es mucho que digamos, un plato de picadillo vale treinta maravedíes o algo más, lo mismo que una buena ración de carnero estofado y un plato de callos puede llegar a cincuenta blancas.
- Anda que no está caro ni ná...
- Muy caro, un costal de carbón vale treinta maravedíes, una hogaza de pan de dos libras vale veinticinco maravedíes y si un huevo vale una blanca ¿cuantos maravedíes cuesta una docena?
- Pues..., seis maravedíes ¿no?
- Efectivamente rapaz, eso valen también una docena de pajarillos para freirlos y una libra de cordero puede estar a 12 maravedíes o una gallina te puede costar cuarenta blancas.
- Entonces ¿Cuanto dinero hay que ganar para poder vivir y comer bien?
- Eso según cada cual, que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita y además es menester apañarse con lo que se tiene, ¡Conténtese el pobre, y no sea soberbio! Verás, el capitán de la guarnición del castillo debe cobrar unos cincuenta mil maravedíes al año, pero cualquier albañil que veas por el pueblo no cobra más de seis mil maravedíes en el mismo tiempo.
- ¿Entonces el alférez cuanto gana?
- Menos de la mitad que el capitán, ¿sabes lo que vale una pica?- Martinillo negó con la cabeza.- Pues vale un escudo.
- ¿Un escudo? y ¿cuanto es un escudo?
- Rapaz estás "in albis" en lo que se refiere a las monedas. Un escudo es la moneda que no hace muchos años ha sustituido al ducado y empezó valiendo trecientos cuarenta maravedíes, pero ahora se cambia por unos quince reales de plata.
-¿Y que son los reales de "a cuatro"?
- Pues verás se llaman así a los que valen cuatro reales, también los hay de "a dos" y hasta de "a ocho".
- ¿Y el doblón don Ramiro?
- Ese es otra cosa, piensa que es media onza de oro y se cambia, el sencillo por cuatro escudos y el de "a ocho" por ocho escudos
- Estoy pensando que el capitán si que gana dineros...
- No tantos muchachito, antes te dije que una pica vale un escudo y de las que se pierden o se rompen responde el capitán con su bolsillo, así es que... ¡Lo que has aprendido hoy!

miércoles, 15 de abril de 2009

El Alquerque. - Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (IX)

Martinillo había observado a un grupo de canteros que trabajaban la mampostería de la torre de Santa María, que después de haber comido, se juntaban en corro para jugar a algo que él desconocía, mientras otros descansaban dormitando a la sombra de la iglesia. Por una causa o por otra nunca se había podido acercar para ver que hacían, pero un tórrido día de Agosto halló el momento propicio para llegarse a la reunión.


Ya se había percatado, tiempo atrás, del dibujo que ellos habían grabado sobre una de las piedras del pavimento, pero ni por asomo se le había ocurrido que semejante conjunto de rayas sirviese para jugar a nada.
El corro estaba formado por dos picapedreros que jugaban sentados en el suelo, alrededor del tablero hecho en la piedra y que movían una serie de fichas de piedra de color claro y oscuro. Otros tres que, también sentados, jaleaban los aciertos o errores de los jugadores y cuatro o cinco de pie que seguían los lances con curiosidad.
Martín se percató de que cada jugador tenía unas doce fichas del mismo color y que la finalidad del juego estribaba en apoderarse de las fichas del contrario, ganando el que lograba la mayor cantidad.



Poco a poco se fue aficionando y comprendiendo la estrategia que usaban para comer las fichas del otro jugador así es que en cuanto podía, asistía a estas partidas de forma discreta y sin incomodar a los canteros para que no le echaran con un coscorrón de la reunión. Había oído que el juego en cuestión era el alquerque y había conseguido intuir las reglas del mismo, pero para saciar su curiosidad, recurrió a preguntar a don Ramiro por semejante entretenimiento.

- Don Ramiro, ¿sabéis jugar al Alqueque?
- Cierto, aunque hace tiempo que no lo hago, incluso creo tener un tablero trasconejado por ahí.
- Y cuales son sus reglas.
- Pues verás, según creo este juego tuvo su origen en Egipto, pues sobre los bloques de piedra que forman parte de algunos templos egipcios, se pueden ver diversos tableros tallados, muy parecidos al que los canteros han hecho al lado de la torre de Santa María y que de seguro habrás visto. Parece ser que fueron los moros quienes lo introdujeron en estas tierras con el nombre de “el-quirkat”, y hasta el rey sabio don Alfonso X ha escrito, hace unos tres siglos, sobre esta forma de juego en su famoso Códice del Ajedrez.
Hay distintas formas de tableros pero el que más se usa por aquí es uno cuadrado que tiene 5 puntos por 5 puntos con líneas entre ellos para indicar los movimientos permitidos. Se juega con 12 fichas oscuras y 12 fichas de color claro de modo similar al juego de las Damas. Las fichas pueden ser de cualquier forma, pero generalmente son fichas redondas aplastadas como un disco pequeño. El objetivo primordial del juego es tomar todas las fichas del oponente y lograr que el oponente no pueda mover sus fichas.


- ¿Por qué se echa a suertes quien comienza el juego?
- Así se decide quién juega primero, porque se sabe que el jugar primero es desventajoso debido a la falta de opciones. El jugador que juega con las fichas oscuras las coloca en los 10 puntos de las dos filas más cercanas a él y los 2 puntos más a su derecha de la fila del medio. El otro jugador ubica las fichas claras del mismo modo. Esto deja solamente el punto del medio sin ficha.
Los jugadores se turnan para mover una de sus fichas, que puede moverse solamente a lo largo de las líneas del tablero. Por cada turno una ficha hace un movimiento de captura o un movimiento ordinario.

- ¿Que es un movimiento ordinario?
- Un movimiento ordinario se hace simplemente moviendo una ficha a lo largo de una línea a un punto adyacente. Cada vez que una ficha tiene otra del oponente al lado de ella y el punto inmediatamente al otro lado de la ficha oponente está libre, se la puede “comer” o capturar. Una ficha se puede capturar sencillamente saltando sobre ella al punto libre y sacándola del tablero. A diferencia de un movimiento ordinario, un movimiento de captura puede consistir en varios saltos, o sea que si una ficha toma una oponente y la nueva posición permite tomar otra ficha, entonces se puede hacer sin más, hasta que no haya más opciones de captura o cuando el jugador, que puede comerse más fichas, decide no hacerlo.


- ¿Y quien gana?
- Gana el juego el jugador que primero consigue “comerse” todas las fichas del contrario o el que tiene más fichas cuando se ve que no se pueden capturar más fichas. También es posible ganar haciendo que el otro jugador no sea capaz de realizar movimientos.
- Se puede mover para atrás?
- Ni hablar, una ficha no puede moverse hacia atrás, solamente hacia los costados, hacia adelante o en forma diagonal, siempre en dirección al oponente. Una ficha que llega a la fila más cercana al contrario solo se puede mover capturando hacia derecha o izquierda.
- ¿Y como se empata?
- Pues ocurre un empate, cuando los jugadores lo acuerdan, en cualquier momento, durante el juego. Si se ve que no se pueden tomar más fichas y ambos jugadores tienen la misma cantidad de fichas, se acuerda también el empate. Los empates ocurren con mucha frecuencia. - Es divertido don Ramiro, a ver si encontráis el tablero y hacemos alguna partida.
- Todo se andará rapaz.

El Basilisco.- Alcaudete 1559

Martinillo "el careto" (VIII)

- Careto al lado de mi posada ha salido un basilisco.
El que así hablaba era Nuño “ el Pecas”, amigo de Martinillo y que vivia en la posada que su padre regentaba a la salida de Alcaudete, en el camino de Martos, cerca de la ermita de San Sebastián y poco antes de llegar al Pilarejo.
- ¿Un basilisco? Si ese bicho no existe Nuño.
- Si, si, que no existe, pregúntaselo a Natividad, que su hijo la va a palmar si no matan al bicho.
Así era. Natividad, mujer viuda que asistía a la madre de Nuño en las labores de la posada, y que vivia, pared con pared del mesón, en una casita aledaña, estaba muy preocupada, su hijo de tres años estaba débil y endeble, al parecer, porque un basilisco le estaba sorbiendo la esencia y el aliento, así es que el pobre niño estaba casi sin saliva y tosía continuamente de forma seca y ruidosa.
Los vecinos se habían unido en cuadrillas para atrapar a la bestia y todos los atardeceres intentaban acabar con el basilisco, pertrechados de trozos de espejo y agua bendita bien caliente.
Todos decían que el basilisco se oculta durante el día en los huecos de la bodega o del subsuelo de la casa para salir cuando todos duermen y esto se sabe porque emite un cansino y hechizante canto parecido al del gallo, pero más suave, que adormece mucho a los que ya descansan. Así se introduce con todas las precauciones en los dormitorios, para absorverles el aliento y succionarles la saliva a los confiados durmientes.
El pequeño de Natividad, había perdido el apetito y enflaquecía cada vez más y más. Tenía mucha tos, y su carita estaba pálida y demacrada.
Martinillo y el Pecas quisieron participar en la búsqueda del basilisco pero cuando propusieron tal cosa recibieron por respuesta sendos coscorrones y se les mandó a su casa de inmediato.




Un ciego cantor de romances les contó en la posada de Nuño que los basiliscos son monstruosos reptiles con un gran poder mortal, sin embargo no son animales muy grandes, tienen escamas normalmente pardas o verdes y cuatro garras parecidas a las de los gallos. En la cabeza tienen una gran cresta, dos alas como las de los murciélagos sobre el cuerpo y una crin de plumas negras que le recorre todo el dorso.
- No debéis mirarle a los ojos nunca, su mirada es tan fuerte y destructiva, que puede mataros. Si decidís atarcarle, tomad precauciones para que no os salpique su sangre que es muy ácida y produce quemazones. Cuidad que no os muerda, ya que son muy venenosos...
- si no nos dejan que nos acerquemos...
- Pues mejor para vosotros, hacedles caso. Sabed que el basilisco nace en noche de luna llena, a la hora de maitines, de un huevo pequeño y esférico, puesto por una gallina vieja mudada a gallo. Este pequeño huevo tiene la cáscara rugosa y debe ser quemado hasta consumirse en cuanto es encontrado, pero si no es así, de él nace un gusanillo colorado que se aposenta debajo de las casas, y en menos de un año, llega a tomar la forma adulta del basilisco.
Las cuadrillas no daban con el bicho y el chiquillo de Natividad estaba cada vez peor, aunque se había llenado la estancia donde dormía el rapaz, con toda suerte de trozos de espejos y cabos de vela encendidos para intentar que el basilisco viera reflejada su imagen, entonces moriría de seguro. Pero al no ocurrir esto, algunos empezaron a proponer que se debía meter fuego a toda la casa para eliminar el mal.
Una tarde, Martín y el Pecas que frecuentaban la posada todos los días, estaban escuchando al ciego trovero cuando entró Natividad gritando medio histérica.
- Bendito sea San Trifón que me ha amparado en mis súplicas, ¡El basilisco se ha derretido!, ¡se ha derretido!.
Todos corrieron a la casa y alli pudieron ver una gran mancha de un líquido pegajoso y de tonos verdosos ante uno de los espejos que había en la habitación. Y es que según les había dicho el trovero eso es lo único que queda de un basilisco que ve su imagen en un espejo. El niño mejoró aunque un mes después de estos hechos murió de unas diarreas que cogió, vaya usted a saber por qué.

continuará...

martes, 12 de agosto de 2008

La Orden de Sión - Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (VII)

Martinillo escuchaba atentamente a don Ramiro:
Mira Martín, allá por el año de nuestro Señor Jesucristo, de 1099, tras la conquista de Jerusalén, el gobernante de la ciudad Godofredo de Bouillon fundó una nueva Orden sobre la abadía de Notre Dame du Mont Sión, Orden que sería el principio de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, más conocidos como Templarios.
Según se refiere en textos procedentes del Priorato, la Orden de Sión tenía en la época de su fundación un gran poder, eso sí, siempre en un segundo termino y ejerciendo con gran discreción, llegando incluso a asegurarse que los reyes de la ciudad santa debían su trono a esta sociedad. Así pues, ellos fueron los verdaderos artífices de la extraordinaria progresión que experimentaron los Templarios en los años siguientes, obedeciendo todo ello a un plan previamente establecido.

Por lo menos, cinco de los nueve fundadores del Temple pertenecían a su vez a la Orden de Sión, y se podría decir que en principio el Temple era el brazo armado de la anterior o incluso que ambas órdenes eran una sola, puesto compartían el mismo Maestre. Ese fue el caso de André de Montbard, uno de los caballeros originarios de la orden templaria y que llegó a ser el máximo dirigente de la misma. Pero el tío de San Bernardo consta asimismo como miembro de Sión, con lo que podemos hacernos una idea del hermanamiento entre ambas.
De esta manera se siguió durante unos sesenta años, hasta que en 1188, un año después de la caída de Jerusalén en manos musulmanas, se produjo un cisma entre las dos órdenes que produjo su separación definitiva. Según el Priorato de Sión, de la pérdida de Tierra Santa fue en gran parte culpable la Orden del Temple, y más concretamente su Maestre Gérard de Ridefort, a los que los documentos "prioré" acusan de traición. Éste arrastró a los Templarios a combatir en la batalla de los Cuernos de Hattin, que significó un autentico desastre para los cruzados y propició la caída de Jerusalén. La situación derivó en que la Orden de Sión se trasladase a Francia, abandonando a los Templarios a su suerte. La ruptura de relaciones se simbolizó mediante la tala de un olmo de ochocientos años, en la ciudad de Gisors. A partir de ese momento, la Orden de Sión cambió su nombre por el de Priorato y se dedicó a sus propios objetivos.
¿Y cuales eran esos objetivos, don Ramiro?.- preguntó Martinillo.
Una de las misiones principales del Priorato consiste en proteger un gran secreto relacionado con los descendientes de la dinastía de los reyes merovingios y restaurar en la monarquía de Francia a uno de sus miembros. Su legítima descendencia, que se cree extinguida, ha sido demostrada por unos pergaminos descubiertos en el pueblecito francés de Rennes-le-Château. Y de eso ya hablaremos en otra ocasión. En el Priorato de Sión, somos custodios de un secreto de importancia capital, del que existen pruebas irrefutables. Hay tradiciones que dan gran importancia a María Magdalena, de quien se nos dice que tras la crucifixión de Jesús llegó a las Galias, lo que actualmente es la tierra francesa, escoltada por José de Arimatea y portando el Santo Grial. En el Priorato, creemos que María Magdalena fue la esposa de Jesús, y cuando viajó lo hizo embarazada o acompañada de su progenie. Naturalmente cuando te hablo del "Santo Grial", no me refiero a la copa que usó Nuestro Señor en la Santa Cena sino que debe comprenderse en el sentido de Santa Sangre, es decir, como la descendencia física de Jesús, que se trasladó a las Galias y se continuó allí. La Iglesia omite toda mención en su propia tradición del Santo Grial pues, lógicamente, no le conviene. Es la lucha que hasta hoy subsistiría entre los herederos de Pedro y los de María Magdalena, los herederos de la fe y los herederos de la Sangre.
Una vez en la actual Francia, este linaje judío se unió matrimonialmente con el de los reyes francos, dando lugar a los merovingios. Alrededor del año 500, con el bautismo y conversión del rey Clodoveo, la Iglesia Romana se instauró como suprema autoridad espiritual de Occidente. Se podría decir que fue un pacto entre Roma y los merovingios, originando una alianza que debería engendrar un nuevo sacro imperio romano. Pero los francos no fueron leales a la Iglesia, ya que los merovingios seguían manteniendo simpatías por la religión arriana que practicaban antes de su conversión al cristianismo. Doscientos años después, el rey merovingio Dagoberto II fue asesinado junto con su familia por encargo de su propio mayordomo de palacio, Pipino de Heristal. La Iglesia, viendo peligrar su hegemonía, puede ser que hubiese apoyado la conspiración. Con la muerte de Dagoberto y sus descendientes la dinastía merovingia llegó a su fin, y comenzó la de los mayordomos de palacio: los carolingios, que contaban con el apoyo eclesiástico. Éstos, que eran a fin de cuentas unos usurpadores, trataron de legitimarse casándose con princesas merovingias y continuaron con su reinado. Con Carlomagno llegaron a abarcar un imperio que se extendía por la totalidad de la Europa occidental y lo gobernaban al servicio de Roma.
Pero en el Priorato estamos seguros de que no se extinguieron los merovingios con Dagoberto II. Los merovingios, la estirpe de Jesús, sobrevivieron a través de un hijo de Dagoberto que se habría salvado del asesinato de su familia. Se llamaba Sigisberto IV, y entre sus descendientes estaría más tarde Godofredo de Bouillon. Sabemos por los Evangelios que Jesús era de sangre real y de la estirpe de David. Es decir, Jesús era el heredero legítimo del trono de Jerusalén. Sus más incondicionales seguidores eran los nacionalistas zelotes, unos fanáticos integristas que aspiraban a expulsar al gobierno títere prorromano e reinstaurar el verdadero linaje real. En las Cruzadas, con la conquista de Jerusalén y la coronación de Godofredo de Bouillon, un heredero de Jesús recuperó su patrimonio legítimo volviendo a ser rey de la Santa Ciudad.
Dada la hegemonía de la Iglesia en la época, Godofredo nunca pudo reivindicar su linaje y su derecho. A fin de cuentas, Roma estaría detrás de la traición a su familia y aunque no sabemos si la Iglesia estaba al tanto o no del linaje del nuevo rey, una revelación pública podría haber sido muy peligrosa. Godofredo habría entonces, para proteger el secreto de ese linaje sagrado, creado la Orden de Sión y su brazo armado, la Orden del Temple. Curiosamente, las leyendas griálicas que surgieron en la Edad Media, presentan a los Templarios como los custodios del Santo Grial.
Así pues, el Santo Grial es el portador de la sangre de Cristo, pero no en el sentido simbólico de un recipiente, sino de su descendencia: los portadores de su sangre. Y este es el gran secreto del Priorato de Sión. Secreto compartido también por los Caballeros del Temple.
¡Por los clavos de Cristo!, ¿todo eso es cierto Don Ramiro?- dijo Martinillo.
Lo histórico si, lo demás ya no se, últimamente estoy empezando a dudar de muchas cosas en las que he creído toda mi vida.

Los fantasmas. - Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (VI)

El ama Isabel era mujer bondadosa y religiosa pero muy asustadiza y temerosa de todo lo desconocido. Su nombre completo era Isabel Estévez de Villanueva y tendría entre cuarenta y cincuenta años. Había servido en palacio y fue en su momento mujer de confianza de la señora condesa doña Leonor Pacheco, que la designó como ama de Martinillo a la muerte de su madre, una linda dama de la señora condesa, de nombre Blanca.
El ama no tenía parientes conocidos, salvo una sobrina, casada con un campesino, que era madre de una niña de tres añitos en el año de 1559 y que vivía extramuros, en la calle Campiña muy cerca de las obras de la nueva iglesia de San Pedro.
Esta sobrina era hija de un hermanastro mayor suyo que murió de fiebres y que era hijo del primer marido de su madre, un soldado que murió en la toma de Granada, con los Reyes Católicos. Su padre, segundo marido de su madre, fue zapatero, se llamaba Eduardo Estévez y murió apuñalado cuando ella tenía diez años de resultas de una pelea por la noche en la calle Carnicería, en la esquina con la calle Barrera de Alcaudete.
Pues bien, resulta que Martinillo, travieso por demás, sabía de los temores del ama acerca de apariciones , asombros y fantasmas, así es que no perdía ocasión de asustarla, bien sea con una voz destemplada cuando ella menos lo esperaba o apagando el candil en las oscuras noches de invierno, teniendo que espabilarse para no recibir un coscorrón o un escobazo de ella en represalia por el susto recibido.
En una de las clases con fray Servando, escuchó del fraile y de algunos compañeros varias historias de almas en pena que vagaban por el mundo esperando la redención de algún pecado o el cumplimiento de alguna promesa no cumplida y como se impresionó con los relatos, de inmediato los sacó a colación durante la cena con el ama. Esta buena mujer se espantaba de la historia que Martín le relataba pero no podía dejar de escucharla y disimulaba su inquietud cosiendo el dobladillo de una sábana que estaba haciendo. Cuando ya no pudo más , hizo callar a Martín mandándolo a la cama y al poco se acostó ella buscando bajo las sábanas la protección contra los fantasmas del relato.
Cuando Martín notó que el ama dormía profundamente, se levantó con sigilo y escondió la costura del ama con el acerico y las tijeras. Después se acostó y como no se dormía se dedicó a despertar en varias ocasiones al ama con la excusa de que se oían ruidos extraños en la casa, hasta que consiguió desvelarla, con lo que pasó una noche de susto e inquietud, ya que cualquier ruido la obligaba a meter la cabeza bajo las sábanas, presa del miedo a las imágenes de aparecidos que su imaginación ponía ante sí.
A la mañana siguiente el ama se volvió loca buscando su costura y Martín le repetía continuamente que se la habían llevado los fantasmas de la noche anterior. –No digas tonterías Martín- le decía el ama, pero en su fuero interno temía que algo así hubiese ocurrido. Con el desasosiego que le producía que semejante cosa hubiese ocurrido realmente, se marchó a Santa María en cuanto Martín se fue a la clase de fray Servando, permaneciendo allí casi toda la mañana en búsqueda de la paz y la tranquilidad que le robaban sus pensamientos sobre las historias que Martinillo le relató la noche anterior.
A la hora de la comida Martín volvía a la carga con las historias de fantasmas y a preguntar por los enseres de costura, que naturalmente no habían aparecido. Toda la semana estuvo dándole la matraca al ama con lo mismo y ella cada vez más temerosa volvía una y otra vez a refugiarse casi todo el día en Santa María, pues cuando se encontraba solo en la casa le asaltaban oscuros pensamientos cuando no estaba cocinando o haciendo cualquier tarea.
Por fin se decidió Martinillo a culminar su broma y poco antes de subir a palacio, para recibir instrucción de Maese Bastián, por la tarde del séptimo día y aprovechando que el ama se había quedado adormilada, sacó del escondite la costura con las tijeras y el acerico, disponiéndolos en el mismo lugar y posición en el que estaban cuando los escondió. Con sigilo salió al patinillo y agarró al gato que dormitaba al lado de la parra encerrándolo en el armario. A continuación se sentó al lado del ama y esperó acontecimientos.


No tardo el gato en maullar y arañar las puertas del armario con lo que el ama dio un respingo levantándose de inmediato para ver la razón de tanto ruido. Al acercarse al armario se le demudó la color, sobre la silla de enea estaba la sábana con los apechusques desaparecidos hacía siete días y cuando abrió el armario salió despavorido el gato que por el tronco de la parra se puso a buen recaudo sobre el tejado de la casa.
-Está claro que el gato se ha metido en el armario por el susto que le ha producido la visión de los aparecidos que me han devuelto la sábana, que Dios los perdone y les de el descanso eterno, así se lo pediré a la Santísima Virgen cuando vaya a Vísperas a Santa María.-
El pícaro Martín se retorcía de la risa y disimulaba para que el ama no se diese cuenta de su fechoría, así es que recogió sus cosas y se despidió de ella marchándose a palacio pues ya llegaba tarde y Maese Bastián le regañaría a buen seguro.

San Wenceslao.- Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (V)

Martinillo había entrado en la estancia de don Ramiro. Sabía que no tardaría mucho en llegar de palacio y se dispuso a esperarlo como tantas veces hacía. Al fondo de la sala había un bargueño un poco deteriorado que contenía documentos y otras pertenencias de gran valor para don Ramiro, por tal motivo estaba permanentemente cerrado y solo podía ser abierto por la llave que siempre portaba al cinto.
Sobre este mueble, a la derecha, había un vetusto velón de bronce con cinco leones que su servidumbre encendía todas las tardes a la caída del sol y solo se apagaba cuando don Ramiro se retiraba a descansar bien entrada la noche. A la izquierda del velón había un soporte de madera que sujetaba un casco de guerrero del que pendía una cota de malla dorada para proteger el cuello de quien lo llevase. Martín estaba fascinado con este casco y siempre que don Ramiro no estaba se dedicaba a acariciar la cota que relucía brillante con la luz del velón.
-Martín deja eso.- oyó a sus espaldas
-Perdone don Ramiro, que no le he oído entrar- respondió Martín
- ¿Cómo te ha ido hoy con fray Servando?
- Muy bien don Ramiro, dice que me va a enseñar a hablar en francés.
- Eso esta bien rapaz.
Martinillo contemplaba como el hidalgo se desembarazaba de la capa y dejaba apoyada sobre una esquina la espada.
-Este es un hermoso casco don Ramiro y en todo palacio no he visto otro igual ¿lo consiguió fuera de España?.
Don Ramiro esbozó una sonrisa y dijo:
- Ven aquí Careto que te voy a contar una historia.
Martín se colocó a los pies de don Ramiro y prestó atención al relato de su tutor.


- Ese casco que ahí ves es uno de los tres cascos iguales que poseía San Wenceslao de Bohemia y me fue regalado por su majestad don Fernando I de Habsburgo en la ciudad de Praha a las orillas del río Moldava.
En Agosto del año 1530 fui comandado por su majestad Carlos V (q.e.p.d.) para marchar en un largo viaje a Bohemia, regida por su hermano Fernando I de Habsburgo desde el año 1526 y asistir como observador, en octubre de mismo año, a una embajada que se iba a mandar a Estambul, al frente de la cual fue el chambelán de Croacia Nicolás Juritchitch.
Los otomanos nos trataron mal y no tuvo ningún éxito la reclamación que se les hacía sobre Hungría. Y aunque la embajada había sido dispuesta por el rey de Bohemia don Fernando, nos tildaron de ser simples portadores de los intereses del imperio español.

Antes de volver a España para informar del fracaso de la embajada, fui recibido por su majestad don Fernando, que me agradeció los servicios prestados, regalándome el casco y haciéndome portador de una carta y otros despachos para su hermano el rey de España que era por aquel entonces don Carlos, el padre de su majestad Felipe II, que Dios guarde.
- ¿Y quien era ese santo Wenceslao que tenía tres yelmos?- preguntó Martín.
- Era un rey, un rey santo que murió en olor de santidad y mártir. - Respondió don Ramiro.
- Nunca había oído hablar de él, ¿También era de Bohemia?
- Si, de allí era, pregúntale a fray Servando y te contará que su festividad se celebra el 28 de Septiembre y que es el patrón de todos los pueblos de Hungría, Transilvania y Bohemia y que su nombre quiere decir “el más glorioso”.
- Y ¿porqué sufrió el martirio?
- Pues verás eso es más largo de contar; era Wenceslao hijo del duque Vratislao que regía en Bohemia. Fue educado por su abuela, la santa Ludsmila, que puso todo su empeño por hacer de él un buen católico, cosa que no ocurrió con su hermano Boleslao que lo educó su madre, fanática anticatólica, y que hizo de él un ser vil y ruin.
Desde pequeño tuvo una gran devoción por la Virgen María y se esmeraba en cultivar el trigo con el que se hacían las santas hostias, y las uvas con las que se obtenía el vino para la Misa.
Siendo todavía muy pequeño, perdió a su padre el duque en una batalla. Su madre continuó su gobierno, pero por perseguir a los católicos, hubo un levantamiento popular que puso a Wenceslao, como hijo mayor, al mando de la nación.
Aconsejado por Ludsmila, su abuela, el joven Wenceslao derogó las leyes anticatólicas que se habían aprobado en el mandato de su madre, y se esmeró en hacer todo el bien posible para sus súbditos.
Su hermano, con el consejo de su madre, quiso derrocarlo y para ello le pidió que fuese a la ciudad de Boleslavia para celebrar la fiesta de los santos patrones, San Cosme y Damián. Boleslao se deshizo en halagos y atenciones, pero al día siguiente, el 28 de septiembre del año 938 fue vilmente asesinado por su hermano y otros secuaces cuando se dirigía al templo.
Las gentes que visitaban su mausoleo empezaron a correr la voz de que obraba milagros y su fama de santo corrió de boca en boca durante muchos años.
- Pues si ese casco ha sido llevado por un santo…puede que sea una reliquia- musitó Martinillo.
- Ahora comprenderás porqué le tengo en tanta estima y porqué lo llevo en tan especiales ceremonias y aconteceres. Pero basta de cháchara por hoy y a dormir rapaz, que ya es noche cerrada y el ama empezará a chistarte de un momento a otro.

miércoles, 22 de agosto de 2007

El almogávar. - Alcaudete 1559

Martinillo "el Careto" (IV)
Era de mediana estatura, más bien bajo, y tenia una apariencia y hechuras que no pasaban desapercibidas. Serio y de pocas palabras. El pelo era una melena descuidada y que llegaba a sus hombros, moreno y curtido por el sol de la sierra y con la agilidad de un gato, siempre dispuesto a saltar. Sobre la cabeza llevaba una redecilla de cota de mallas fina y cuero, musculoso cubría su cuerpo con una camisa y sobre ella una gonela, especie de túnica corta o sobrevesta. Cubría sus piernas con unas calzas de cuero raído por el uso y de color indefinido, en las espinillas y el empeine del pie llevaba antiparas, especie de polainas de cuero reforzadas con pedazos de metal y abarcas en los pies. Tan estrafalaria vestimenta se completaba con una azcona, que era una lanza corta de hoja ancha y afilada lista para ser lanzada, una correa ancha a la cintura de la que colgaba un coltell, especie de faca o cuchillo largo, debidamente sujeto a su vaina de cuero, media docena de dardos al cinto, una bolsita con el yesquero para encender fuego y a la espalda o costado su inseparable zurrón, sujeto a su cintura con una cincha de cuero, en el que llevaba sus provisiones.

Su nombre era Guillén “de Ferro”, ya que su grito de lucha era “desperta ferro”, frase que pronunciaba entre rugidos momentos antes de atacar mientras golpeaba el borde de su azcona sobre las piedras, creando un halo de chispas que intimidaban a su enemigo. Sorprendía que no llevase armas defensivas, escudo o coraza de ningún tipo, pero su forma de pelear así lo aconsejaba y de veras que lo demostraba continuamente.
Vivía en un lugar próximo al puerto del Muradal en plena Sierra Morena y el pillaje era la base de su existencia. Hacía años que se había acabado la lucha contra el moro y su forma de vida le mantenía alejado de la gente que temía a los de su ralea y les llamaban Golfines.
Ya no quedaba casi nada de sus añoradas gestas, sorprendentes y desiguales batallas victoriosas, la lucha de sus antepasados (los auténticos almogávares) en tierras de Aragón, Sicilia, Gallipoli, las partidas al lado de Gonzalo de Córdoba y contra el reino de Granada ayudando a los ejércitos de los Reyes Católicos, con el solo pago del botín que requisaban al vencido. Al ser inadaptados, seguían con la vida que siempre habían llevado y se dedicaban a lo único que sabían, la lucha y el pillaje.
La primera vez que vino a Alcaudete, lo hizo junto a Don Ramiro, que en una ocasión le salvó de una muerte cierta y el almogávar le juró fidelidad mientras tuviese vida, estando siempre presto a la llamada del caballero Setienne.
Don Ramiro le mandaba llamar siempre que tenía que enfrentarse a alguna situación de peligro y lo usaba de guardaespaldas y como ojeador o avanzadilla de sus peligrosos viajes. Se aproximaba un incierto viaje a Orán con el señor conde y sus huestes , así es que consideró útil que el almogávar le acompañase.
Había interés por conocerlo ya que se había hablado mucho de su habilidad en la lucha, así es que, al llegar, lo primero que hizo don Ramiro fue llevarlo ante la presencia de los señores condes que estaban deseosos de conocer personalmente a uno de aquellos luchadores cuya fama hacía mucho tiempo que corría de boca en boca.
Al verle sufrieron una gran decepción. Contemplaban con asombro a aquel soldado que ni tenía presencia ni se parecía en modo alguno a los guerreros que ellos tenían como feroces contendientes, hasta que, finalmente, mirando al almogávar de arriba abajo, dijo con desdén la señora condesa:
- ¿Es este el celebre almogávar imprescindible para su defendimiento, don Ramiro?
Antes de que don Ramiro pudiese contestar, respondió el almogávar:
- Señora, si queréis saber lo que es un almogávar, haced que uno de vuestros caballeros, con su mejor armadura, a caballo y revestido de todas sus armas se preste a pelear conmigo, que sólo llevaré mi coltell y mi azcona.
Los caballeros del séquito del conde ante aquel desafío se enfurecieron sobremanera y casi todos se ofrecieron a luchar con el glofín y castigar en una buena pelea su insolencia.

Inmediatamente ordenó el señor conde que se preparara el palenque extramuros en el anchurón que había a la salida del Arco de la Villa, se mandaron retirar todos los puestos de venta y los animales que por allí deambulaban, mientras se armaba al caballero Tomás de Angulo que fue el elegido para tan desigual justa. Los condes y su séquito se acomodaron para presenciar el combate que, sin lugar a dudas, acabaría de momento, dada la diferencia de fuerzas entre el caballero armado y a caballo con aquel desarrapado aventurero, que además lucharía a pie. Todo el pueblo estaba presente, nadie quería perderse tan desigual combate y allí se encontraban también Fray Servando con sus alumnos y entre ellos Martinillo. La noticia del desafío corrió por Alcaudete como un reguero de pólvora así es que no cabía un alfiler ante la empalizada que se dispuso.
Ocupó su sitio el caballero Angulo al final del palenque, montado en un brioso corcel de batalla y armado de todos sus apechusques y armas y en el otro extremo se situó Guillén “de Ferro” con su azcona y su faca.
Al darse la señal, don Tomás de Angulo picó las espuelas y se lanzó contra el almogávar con el fin de atravesarlo de parte a parte en cuanto estuviese al alcance de su lanza. Impasible ante la acometida, el almogávar estaba muy tranquilo y sin mostrarse nervioso en ningún momento y cuando le pareció adecuada la distancia con el caballero, lanzó con descomunal fuerza su azcona contra los ijares del caballo, con tanta precisión que se la clavó más de un palmo en la raja del petral, cayendo estrepitosamente el caballo a tierra y arrastrando a su vez al caballero. Empuñó su faca el almogávar abalanzándose como un felino sobre don Tomás que estaba boca arriba en el polvoriento suelo, le sujetó la cabeza poniendo su pie izquierdo sobre el yelmo e introdujo su cuchillo por la gola de la armadura. En ese momento levantó la vista hacia los señores condes y eso salvó la vida del caballero Angulo, ya que el conde poniéndose de pie paró el combate declarando vencedor al almogávar. El combate se había desarrollado en un suspiro, y había durado menos de lo que se tarda en contarlo.
Todo el pueblo estaba asombrado y Martinillo necesitaba que alguien se lo contara, ya que dudaba de lo que sus ojos habían visto, para él un caballero con armadura era la cosa mas poderosa que había visto jamás y ese convencimiento había desaparecido en un instante de su mente. Todo el mundo quedo asombrado y al recuperar el resuello rompieron en aplausos para el vencedor. El conde que estaba presto para marchar a Orán indicó a don Ramiro que nombrara ojeador de la expedición a Guillén “el Ferro” , le obsequió con una buena bolsa de dineros y le regaló un repujada y adornada espada corta.

Continuará…

Don Ramiro y "el almogavar" (pastel) 2006


La Peste. - Alcaudete 1559

Martinillo "el Careto" (III)

“Huir de la pestilencia con tres eles es prudencia: luego, lexos y luengo tiempo”.

Los dos caballeros se habían despojado de parte de sus armaduras y de las capas. Estaban sentados a la mesa de Don Ramiro y discutían, más que hablaban.
Junto a ellos un prior de Santa María y el notario de los señores condes. Ahora si que los entendía Martinillo, que permanecía sentado en el tranco de la puerta entreabierta de la casa de Don Ramiro.
Uno de los caballeros dijo:
- Desde hace mil años, las epidemias de peste han mermado ciudades enteras en todo Flandes y en los reinos de Europa, y si aquí no nos protegemos la población de esta villa puede verse aniquilada en unos meses.
El otro contestó:
- Cuando las ratas negras empiecen a verse muertas por los rincones, ya no habrá solución, las pulgas y las chinches terminarán su trabajo contagiando a todos los vecinos.
- Y bien, que proponéis al respecto.-
Dijo el señor notario.
-Seria de menester convencer a los señores condes para que se tomen medidas de aislamiento para con viajeros y forasteros, que a fin de cuentas son los que pueden traer la enfermedad. En el Cabildo de Jaén y Córdoba nos informarán a buen seguro del estado de la epidemia y de los lugares donde se ha cebado, a fin de evitar que mercaderes y viajeros de estos sitios puedan traer esa miseria a este lugar.- Respondió el caballero que tenía una cicatriz en forma de horquilla en el rostro.
Don Ramiro aseveró:
- No estaría de más que el señor prior ponga en marcha los remedios espirituales que considere oportunos, como la celebración de rogativas y procesiones implorando la intercesión divina para que seamos protegidos del contagio y a su vez que se fuercen voluntades con el fin de un mayor cumplimiento de los deberes para con la iglesia. No hay que olvidar que todas estas epidemias tienen su raíz en el pecado y la maldad que nos rodea, así es que Dios nuestro Señor nos castiga con toda razón.
- Si Don Ramiro,
- dijo el otro caballero – eso está muy bien y así mismo propongo que se realice periódicamente la quema de maderas olorosas, como la de los acebuches que crecen en la sierra, en la proximidad del matadero y hacer que las gentes lleven las ropas perfumadas para que estos vapores corrijan la corrupción del aire, así como hacer acopio de salvia y mitridato, por si fuera menester.
-En 1523 ya ocurrió una epidemia que dejó Jaén y muchas villas al borde de la extinción.
– dijo el de la cicatriz - Entonces se vio que lo mas efectivo contra la epidemia era no tener contacto con apestados o portadores de enseres infectados, así es que lo mejor que podemos hacer es aislar Alcaudete para que la peste no llegue, y para ello debemos terminar las murallas de terrizo que entonces se comenzaron, puesto que ya vive más gente fuera del recinto de las viejas murallas que dentro.
Hasta aquí pudo oír Martinillo porque el chistido del ama le reclamaba desde la vuelta de la esquina, se levanto y en tres zancadas entró en su casa.
Durante bastantes días estuvo dando vueltas en la cabeza de Martinillo, la conversación oída desde la puerta de Don Ramiro y cuando vio aquel par de ratas muertas con el hocico ensangrentado al lado del pilar de los Zagales, no tuvo duda de que se trataba y sin perder un instante, en cuanto vio a Don Ramiro, se lo dijo.
Justo al día siguiente recibió la noticia de que el ama y él cerrarían su casa e irían a vivir a palacio, en una habitación, no lejos de las caballerizas y que compartieron con una de las cocineras. Tenía terminantemente prohibido salir del castillo, y así fue como se mantuvo al margen de la epidemia de peste que duró siete meses.
Al vivir en dependencias de palacio su contacto con maese Bastián no se reducía a unas horas por la mañana sino que estaba con él casi de continuo. Fray Servando se quedó fuera, en el pueblo y los estudios quedaron para más adelante.
Maese Bastián era un viejo escudero de más de cuarenta y cinco años, que había acabado de ayudante del maestro armero de palacio. Era alto y grueso de tal modo que su pecho era casi el triple del de cualquier criatura, tenia unos mostachos amarillentos y un trozo de cuero negro atado sobre el ojo derecho, tuerto en una de las correrías del señor conde. Desde el primer día tenía a Martinillo atareado ordenando la armería y engrasando los hierros de las armaduras y otros utensilios, así como frotar con linaza loas maderas de los escudos, pero lo que más le incomodaba era manipular el sebo sobre las cotas de malla que debían estar bien pringadas sin que manchasen en demasía los sobrevestas y otras prendas de sayal y lienzo que normalmente usaban caballeros y guardias.
A veces llegaba a través de las almenas el pestilente olor a carne quemada de los apestados difuntos, que junto a sus enseres eran quemados en unos patios que había junto a la ermita, que según decía don Ramiro pronto sería un nuevo templo dedicado a San Pedro Apóstol. También salieron de la fortaleza, en alguna que otra ocasión, varios enfermos en prevención de que tuviesen la peste, pero en la mayoría de las veces se trató de falsa alarma y después de sanar de sus calenturas volvieron a puertas aunque no se permitió su acceso hasta acabar la epidemia.
Cuando por fin volvieron a casa, el ama y él, pudieron hacerse cargo de lo terrible de la epidemia, sin ir más lejos se llevó por delante al esclavo etíope de don Ramiro, Tonelete y Lagarto, amigos de juegos, la habían diñado, este último con toda su familia y un sin fin de vecinos y conocidos que pronto pasaron a ser un vago recuerdo en su mente, aunque sin él saberlo estos aconteceres marcaron su vida para siempre.
A fray Servando lo encontró donde siempre y más cascarrabias que como lo recordaba. Sus dictados y lecturas ocupaban las tardes que pasaba en el cuartillo de la calle Carnicería y aunque no le gustaba mucho acabó por aceptar el cansino interés del fraile por que ayudase a misa y a otros oficios religiosos. Se aprendió de corrido las parrafadas en latín que tenía que decir y ensayaba ante el ama que lo miraba con arrobo, pensando que si Dios quería lo vería de canónigo o de obispo que sería mejor.

Continuará…

Fray Servando - Alcaudete 1559

Martinillo "el Careto"(II)

Estaba sudando, hasta la gárgola del colchón se había mojado. Se sentó al borde del catre y se empezó a vestir con parsimonia. Martinillo había dormido mal, los acontecimientos de la tarde-noche anterior habían organizado un caos de sueños y pesadilla que no le habían permitido descansar como Dios manda.
Casi ni se acordaba del contenido del hato, mientras el ama lo deshizo y lo volvió a hacer, para sepultarlo en el arca que había a los pies de la cama, él solo tenía ojos para contemplar el retrato de su madre, recordaba unos legajos enrollados, un cofrecito con cosas en su interior y unos trapos con bordaduras. El ama había sido concluyente-Esto hay que guardarlo que algún día te servirá.
Chirrió la puerta de la calle y apareció el ama, venía de misa de Santa María y farfullando no se qué sobre los mendigos que se sentaban en las escaleras del templo, por lo visto estuvo a punto de caer y eso la puso bastante irritada.
-Martinillo, lávate bien las rodillas y las orejas, que te van a salir nidos de gorriones.
-Si ama.
La jarra del zafero estaba llena y trabajo le costó echar un poco en la jofaina, humedeció la manopla y empezó a restregarse las orejas.
-Ama, cuéntame quien era mi madre.
-Un ángel Martinillo, tu madre era un ángel.- Dijo el ama dirigiendo la mirada hacia el cuadro que la noche anterior trajo el chico.
-Fue una gran desgracia, morir tan joven, Cristo Redentor la tendrá en el cielo, hasta el hermano de nuestro señor conde vino al entierro…

Se enjugó las lágrimas la anciana y dando un suspiro continuó diciendo:
-Desde entonces cuido de ti y cuando don Ramiro te ha contado “el secreto”, de seguro que va a cambiar tu vida…
-¿Le ha dicho don Ramiro lo de fray Servando?.
-Si y eso quiere decir que te des prisa, coge un trozo de galleta y arreando que ya vamos tarde.
Salieron a la calle y cuesta abajo se dirigieron a la salida extramuros por el Arco de la Villa, bajaron por Carnicería y dos casas más debajo de las obras que estaban haciendo artesanos de palacio, entraron en un portal oscuro y pequeño, donde había cuatro chicos esperando. En unos momentos se abrió un postiguillo que tenia la puerta interior y una voz ronca dijo:
-Ha traído al zagal ¿verdad?, pasen que ya abro.-
Entraron en una estancia bastante grande donde había una gran mesa y sillas alrededor, libros encima de estantes y ante ellos un fraile algo orondo y no más grande que el ama, De nariz como una patata y una barba rala y canosa que le colgaba sobre el hábito.
- Ya me dijo don Ramiro…, usted se puede marchar que ya le mandaré al mozuelo pasado el ángelus.
Salió el ama y el fraile se le quedó mirando con los brazos cruzados sobre el pecho y con una mano apoyada en el mentón.
Fray Servando se dio cuenta enseguida de lo avispado que era el chico, comenzó enseñándole las letras, haciéndole que copiase el trazo de algunas sobre un viejo trozo de pizarra, le tanteó en el conocimiento de evangelio y le preguntó sobre los niños con los que formaba pandilla para jugar.
- Ya te puedes ir Martín, a partir de mañana vendrás por la tarde, después de que bajes de palacio y así todos los días.
- ¿Qué baje de palacio?¿he de ir a palacio?
- Ya te lo dirá don Ramiro.
Subió Carnicería arriba sumamente excitado con lo que le había dicho el fraile - ¿yo he de ir todos los días a palacio? - ¿Para qué he de ir a palacio? –Por otro lado estaba encantado, siempre había querido entrar allí y jamás le dejaron acercarse a la puerta. Desde luego que iba de sorpresa en sorpresa, desde la noche anterior en que habló con don Ramiro, primero lo de su madre, luego fray Servando y ahora…
Estaba deseando que anocheciera para ver a don Ramiro, preguntó al ama pero ella no soltó prenda y el único que le podía aclarar algo debía estar en palacio, porque tenía la puerta bien trincada y allí no estaba ni el esclavo etíope que servia al viejo hidalgo.
Cuando pudo, escapó por la cuesta de la Barrera y entre lindes de huertas llegó a la fuente Zaide. Ya estaba allí su amigo Tonelete y cuando estaba a medio contar lo que le había ocurrido, apareció el Pecas, con lo que tuvo que repetir la historia a los embobados zagales. Esa tarde faltó Lagarto que por lo visto tenía calentura y su madre no lo dejó salir, así es que los tres jugaron y corrieron por los alrededores del cerro Calvario, atrapando lagartijas y haciendo mil y una diabluras como todas las tardes que se juntaban.
Martinillo fue consciente esa tarde de la curiosidad y admiración que había despertado en sus amigos de correrías con lo que le había sucedido desde la víspera. Antes de anochecer se despidió de ellos y como una exhalación se dirigió a su casa pasando por la de don Ramiro. Al acercarse a la casa del anciano vio a dos caballeros en la puerta que hablaban en voz baja y en una lengua que no entendió, parecían esperar a don Ramiro, iban armados, con un sobreveste blanco sobre la armadura donde se podía ver la cruz de los calatravos o del temple que eso no lo sabía distinguir Martinillo, llevaban cubierta la cabeza con la cota de mallas y unas capas blancas que tenían sobre el hombro izquierdo un emblema verde con un extraño dibujo de una flor de lis que era rodeada por una lazada. Giró a la esquina de su casa y desde allí siguió contemplándolos, al tanto salió don Ramiro, que también se había puesto otra capa igual que los caballeros y sobre su cabeza lucia una celada con cruceta sobre la nariz que le daba un aspecto imponente, musitaron unas palabras y después se dirigieron a Santa María. Cuando los perdió de vista entró en su casa y como de costumbre recibió el rapapolvos del ama.
Mientras comía sus sopas le dijo el ama.
- Mañana has de ir a palacio.
-¿Habló con don Ramiro?
-Si, y me ha dicho que preguntes al guardia de puertas por maese Bastián
-¿A que hora he de ir?
-De amanecida, así es que a la cama.
No tardo en acostarse, pero dio mil y un tumbos en el catre antes de dormirse, por la excitación que los futuros acontecimientos le podían deparar.

Continuará…

La Picota - Alcaudete 1559

Martinillo "el Careto" (I)

Estaba hipando, acababa de subir corriendo por la Barrera e intentaba recobrar el resuello y la compostura apoyando sus dos manos, justo encima de las rodillas.No podía seguir aunque quisiera, una procesión de clérigos con las capuchas caladas estaba desfilando calle abajo hacia el Arco de la Villa. Secó el sudor de su cara con la bocamanga de la camisa y cuando pudo, cruzó el anchurón ante Santa María, donde algunos artesanos recogían sus puestos y enseres.

Ya hacía rato que el sol se había ocultado por los cerros de Luque y de seguro que el ama le daría una buena regañina.

-Antes de que el sol se oculte, te quiero en casa ¿entendiste?.

-Si ama, aquí estaré.

Pero no iba a ser así, había estado jugando con el Pecas, Lagarto y Tonelete en las huertas de la fuente Amuña y aunque venía con tiempo se entretuvieron en demasía cuando al pasar por los Zagales, vieron a unos soldados que colgaban a dos ajusticiados en la picota que había frente a la fuente. Entre un grupo de curiosos y un rebaño que abrevaba, estuvieron observando cómo sacaron a los muertos del carro y después de pasarles una soga bajo los brazos, que tenían atados a la espalda, los colgaban de los salientes de la columna.

Allí se despidió de sus amigos cuando se percató de que la anochecida se echaba encima.

Martinillo era un niño valiente y revoltoso, pero con una gran curiosidad y ganas inmensas de aprender y enterarse de todo. Vivía solo con el ama en una pequeña casita a la falda del palacio de los señores condes, en el pequeño callejón de las Mimbres, aledaño a la calle de subida al palacio y pegado a la casa del hidalgo don Ramiro Setienne. Su ama era toda su familia, pero no tenía ni idea del parentesco que le unía a ella, sus amigos tenían padre y madre o por lo menos uno de los dos, pero él vivía con una anciana de edad indefinida que le cuidaba y se esforzaba en que se portase lo mejor posible.

Después del tirón de orejas y la retórica de la anciana, dio buena cuenta de un mendrugo de pan que acompañó con un trozo de entreverado de jabalí demasiado salado y un jarrito de agua. La anciana siguió con su monserga durante toda la cena y Martinillo la miraba asintiendo con la cabeza y enterándose a medias de las razones por las que debería ser más obediente.

Al rato cuando pareció que la cosa estaba apaciguada le dijo al ama:

-Ama, ¿puedo ir a “lo de don Ramiro”?

- Bueno… pero que no tenga yo que ir a por ti.

Salió a la calleja y al volver la esquina se apoyó en el quicio de la puerta del hidalgo. Siempre hacía lo mismo, se colocaba ahí y esperaba a que don Ramiro se percatase de su presencia, la puerta entreabierta dejaba ver el interior de la sala. Allí estaba el hidalgo sentado a la mesa, hojeando un grueso libro de hojas amarillentas y arrugadas que brillaban a la luz de las palmatorias.
- Pasa “Careto”- le dijo don Ramiro.

Apodaban “Careto” a Martinillo porque desde que nació tenia una mancha en la cara de color carmín azulado que se extendía por la parte inferior de su mejilla derecha y llegaba hasta la mitad de la nariz.

-¿Dónde has estado hoy?

Martinillo le contó sus juegos en la fuente y el espectáculo de los ajusticiados, percatándose en ese momento de la dificultad que tendría esa noche para conciliar el sueño sin tener pesadillas.

Don Ramiro lo escuchó con una media mueca en la cara y con parsimonia le dijo:

-Bien, a partir de mañana irás a recibir instrucción de fray Servando, dile al ama que venga luego a hablar conmigo y a ver si tenemos suerte y hacemos de ti, una persona de talento.

-¿Don Ramiro, por qué no me cuenta una de sus historias?

-Para historias estoy yo, pero siéntate ahí que te voy a dar algo.

Y siguió el hidalgo hojeando el libro, como si Martinillo no estuviese presente.

Don Ramiro era un anciano de porte, enjuto de carnes y muy alto, el hombre más alto que Martinillo había visto en su vida. Había venido de fuera de España, y hablaba de una forma diferente a como se hacía en Alcaudete. Vestía de negro siempre, con gola sencilla y media capilla, tocándose con un gorro diferente a todos los que había visto. Trabajaba en palacio y debería ser de la confianza de los señores condes, ya que los soldados le hacían reverencia a su paso, se apoyaba para caminar en un bastón que era tan alto como Martinillo y su paso era cadencioso y elegante como si nunca tuviese prisa. Había estado en Tierra Santa y había pertenecido a la Orden de Sión, cosa que de seguro, debía ser muy importante y de lo que no hablaba casi nunca.

Después de un buen rato, cerró el libro, haciendo que el polvo se esparciese ante la llamitas que iluminaban la mesa. Se levantó y lo colocó sobre un bargueño que había en la estancia, después, sacó un lío de tela de un baúl y lo situó sobre la mesa.

- ¿Cuántos años tienes?

- El ama dice que once, don Ramiro.

-Bien, pues ya va siendo hora que sepas algunas cosas.

El hidalgo, había deshecho el hato y de él extrajo entre otras cosas un retrato, hecho sobre una lámina de cobre, en el que se veía una hermosa mujer, se lo puso en las manos al muchacho y le dijo:

- Esta era tu madre, murió en el momento de traerte al mundo y como puedes comprobar era muy joven y muy guapa.

Martinillo se quedó de una pieza, miraba de forma hipnótica el retrato y no daba crédito a lo que don Ramiro le decía.

-¿Y mi padre?

Don Ramiro le miró fijamente y después de unos instantes de silencio le dijo:

-Eso lo sabrás en su momento, por ahora te basta con lo que estás viendo y te puedes llevar el hato completo ya que todo lo que contiene son cosas de tu madre…Que te lo guarde bien el ama.

El muchacho anudó el liote y poniéndose el retrato bajo el brazo, trincó el hato y salió hacia la calle sin decir ni adiós.

-Ve con Dios rapaz.- Dijo el hidalgo con una sonrisa- Ya tienes en que pensar esta noche, que no sean los que cuelgan de la picota.

Continuará...

La Portada del libro


Martinillo "el Careto" un niño del siglo XVI

dibujo de Eduardo Azaustre Mesa