martes, 12 de agosto de 2008

Los fantasmas. - Alcaudete 1559

Martinillo “el careto” (VI)

El ama Isabel era mujer bondadosa y religiosa pero muy asustadiza y temerosa de todo lo desconocido. Su nombre completo era Isabel Estévez de Villanueva y tendría entre cuarenta y cincuenta años. Había servido en palacio y fue en su momento mujer de confianza de la señora condesa doña Leonor Pacheco, que la designó como ama de Martinillo a la muerte de su madre, una linda dama de la señora condesa, de nombre Blanca.
El ama no tenía parientes conocidos, salvo una sobrina, casada con un campesino, que era madre de una niña de tres añitos en el año de 1559 y que vivía extramuros, en la calle Campiña muy cerca de las obras de la nueva iglesia de San Pedro.
Esta sobrina era hija de un hermanastro mayor suyo que murió de fiebres y que era hijo del primer marido de su madre, un soldado que murió en la toma de Granada, con los Reyes Católicos. Su padre, segundo marido de su madre, fue zapatero, se llamaba Eduardo Estévez y murió apuñalado cuando ella tenía diez años de resultas de una pelea por la noche en la calle Carnicería, en la esquina con la calle Barrera de Alcaudete.
Pues bien, resulta que Martinillo, travieso por demás, sabía de los temores del ama acerca de apariciones , asombros y fantasmas, así es que no perdía ocasión de asustarla, bien sea con una voz destemplada cuando ella menos lo esperaba o apagando el candil en las oscuras noches de invierno, teniendo que espabilarse para no recibir un coscorrón o un escobazo de ella en represalia por el susto recibido.
En una de las clases con fray Servando, escuchó del fraile y de algunos compañeros varias historias de almas en pena que vagaban por el mundo esperando la redención de algún pecado o el cumplimiento de alguna promesa no cumplida y como se impresionó con los relatos, de inmediato los sacó a colación durante la cena con el ama. Esta buena mujer se espantaba de la historia que Martín le relataba pero no podía dejar de escucharla y disimulaba su inquietud cosiendo el dobladillo de una sábana que estaba haciendo. Cuando ya no pudo más , hizo callar a Martín mandándolo a la cama y al poco se acostó ella buscando bajo las sábanas la protección contra los fantasmas del relato.
Cuando Martín notó que el ama dormía profundamente, se levantó con sigilo y escondió la costura del ama con el acerico y las tijeras. Después se acostó y como no se dormía se dedicó a despertar en varias ocasiones al ama con la excusa de que se oían ruidos extraños en la casa, hasta que consiguió desvelarla, con lo que pasó una noche de susto e inquietud, ya que cualquier ruido la obligaba a meter la cabeza bajo las sábanas, presa del miedo a las imágenes de aparecidos que su imaginación ponía ante sí.
A la mañana siguiente el ama se volvió loca buscando su costura y Martín le repetía continuamente que se la habían llevado los fantasmas de la noche anterior. –No digas tonterías Martín- le decía el ama, pero en su fuero interno temía que algo así hubiese ocurrido. Con el desasosiego que le producía que semejante cosa hubiese ocurrido realmente, se marchó a Santa María en cuanto Martín se fue a la clase de fray Servando, permaneciendo allí casi toda la mañana en búsqueda de la paz y la tranquilidad que le robaban sus pensamientos sobre las historias que Martinillo le relató la noche anterior.
A la hora de la comida Martín volvía a la carga con las historias de fantasmas y a preguntar por los enseres de costura, que naturalmente no habían aparecido. Toda la semana estuvo dándole la matraca al ama con lo mismo y ella cada vez más temerosa volvía una y otra vez a refugiarse casi todo el día en Santa María, pues cuando se encontraba solo en la casa le asaltaban oscuros pensamientos cuando no estaba cocinando o haciendo cualquier tarea.
Por fin se decidió Martinillo a culminar su broma y poco antes de subir a palacio, para recibir instrucción de Maese Bastián, por la tarde del séptimo día y aprovechando que el ama se había quedado adormilada, sacó del escondite la costura con las tijeras y el acerico, disponiéndolos en el mismo lugar y posición en el que estaban cuando los escondió. Con sigilo salió al patinillo y agarró al gato que dormitaba al lado de la parra encerrándolo en el armario. A continuación se sentó al lado del ama y esperó acontecimientos.


No tardo el gato en maullar y arañar las puertas del armario con lo que el ama dio un respingo levantándose de inmediato para ver la razón de tanto ruido. Al acercarse al armario se le demudó la color, sobre la silla de enea estaba la sábana con los apechusques desaparecidos hacía siete días y cuando abrió el armario salió despavorido el gato que por el tronco de la parra se puso a buen recaudo sobre el tejado de la casa.
-Está claro que el gato se ha metido en el armario por el susto que le ha producido la visión de los aparecidos que me han devuelto la sábana, que Dios los perdone y les de el descanso eterno, así se lo pediré a la Santísima Virgen cuando vaya a Vísperas a Santa María.-
El pícaro Martín se retorcía de la risa y disimulaba para que el ama no se diese cuenta de su fechoría, así es que recogió sus cosas y se despidió de ella marchándose a palacio pues ya llegaba tarde y Maese Bastián le regañaría a buen seguro.

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