sábado, 9 de enero de 2010

Un hombre, su caballo y su perro. Alcaudete 1559

(Antiguo cuento anónimo)

Martinillo “el careto” (XII)

- Don Ramiro, contadme una historia.
Martín se había sentado junto al cojín rojo sobre el que el viejo guerrero descansaba su dolorido pie. El caballero Setienne, cerró con parsimonia las cubiertas del libro que ojeaba y acariciando los cabellos del rapaz le dijo:
- Un caballero, su caballo y su perro iban, bajo una pertinaz lluvia, por una senda camino de su hacienda. La fatalidad quiso que al pasar cerca de un árbol enorme cayese un rayo sobre ellos y de resulta de ello los tres murieron fulminados. Pero, hete aquí que el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales. (Sabrás Martinillo que a veces, los muertos siguen como si tal cosa, durante un cierto tiempo antes de ser conscientes de su nueva condición…)



Después de un largo trecho acabó la tormenta mejorando mucho el tiempo. Como el camino era largo, colina arriba y el sol intenso, ellos empezaron a sentir una sed irresistible. Pues bien al pasar una curva del camino vieron unas altas tapias que se abrían en unas magníficas portadas de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines dorados.
El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada y entabló con él, el siguiente diálogo:
- Buenos días tenga su señoría.
- Buenos días - Respondió el guardián
- ¿ Cómo se llama este lugar tan bonito?.
- Esto es el Cielo.
- ¡Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos!
- Vuesa merced puede entrar y beber tanta agua como quiera.-
Y el guardián señaló la fuente.
-...Pero, mi caballo y mi perro..., también tienen sed…
- Lo siento mucho – Dijo el guardián – pero aquí no se permite la entrada a bestias y animales.
El hombre, torció el gesto se dio media vuelta con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber sólo. Dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Después de caminar un buen rato por la cuesta arriba, ya exhaustos los tres, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una cancela oxidada y vieja que daba a un camino empedrado, rodeado de altos cipreses. A la sombra de uno de ellos dormitaba un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero blanco.
- Buenos días señor – dijo nuestro caminante.
El hombre respondió con un gesto de la cabeza.
- Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo.
Hay una fuente detrás de aquellas rocas
– dijo el hombre, indicando el lugar.-
Podéis beber toda el agua que queráis vos y vuestros animales.
El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y se refrescaron calmando su sed. Después volvió atrás para dar gracias al hombre del sombrero blanco.
- Podéis quedaros aquí si así lo deseáis – Le respondió éste.
- A propósito ¿Cómo se llama este lugar? – preguntó el caminante.
- Cielo - le respondió.
- ¿El Cielo? Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo.
- Aquello no era el Cielo... Era el Infierno – contestó el hombre del sombrero blanco.
El caminante se quedó perplejo.
- ¡Deberíais prohibir que utilicen el nombre de vuestro lugar! ¡ Esta información falsa debe provocar grandes confusiones! – advirtió el caminante.
- ¡De ninguna manera! – respondió quitándose el sombrero - en realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos…

Pasaron unos minutos de silencio entre don Ramiro y Martín, que al poco, éste acertó a decir.
- O sea que..., no entiendo don Ramiro..., así es que..., ¿por fin se dio cuenta de que había muerto?
- Eso es lo de menos muchacho, lo importante es que entiendas que el que no abandona a sus amigos es merecedor de la gloria eterna.
- No..., si ya..., ¿y..., el perro y el caballo se quedaron con él en el cielo?
- Anda y tira para tu casa que me ha parecido oír a tu ama que te está llamando...

Martín se levantó despacio y dio unos pasos hacia la salida, se paró un momento para girarse de nuevo con otra pregunta en los labios, pero la voz chillona y lejana del ama le apremió a salir a la calle.

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